sábado, 22 de noviembre de 2008

Atardecer en Changüitad












Atardecer en Changüitad



El creciente aire, fino, entre hierbas,
alejado de toda duda posible, infla la blusa
entre sombra de póstumos ganados.
Se oye el mar, lejos, pero lo apaga
el ruido interior que emerge desorbitado
hasta el cielo, cual negra columna de humo.

Hora es de recogerse y guardar las herramientas;
pero, semicerrados los ojos
ante el crepitar de luces anodinas,
permanecen inmóviles los sentimientos
y giran sobre sí mismos.

La hoz ha segado el eterno instante
del encuentro en paz con el propio destino;
sólo el viento y las primeras estrellas
se instalan en los ojos.

Y en mitad del campo, solitaria,
una mujer levanta sus brazos
y vuelan los pájaros chillando hacia los ramajes yertos.

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